lunes, 7 de febrero de 2011

Porque es imposible que Me llamo Rigoberta Menchú sea fabricación de Elisabeth Burgos

 Fuente: www.PublicoGT.com
www.albedrio.org
Por David Stoll dstoll@middlebury.edu

Nadie me ha pedido la intromisión, pero me siento obligado a corregir las supuestas declaraciones de Presidente Colom (El Periódico 16 de enero, 2011). Es imposible que la famosa narración de Rigoberta Menchú fuese “fabricación” de su entrevistadora Elisabeth Burgos por dos razones
En primer lugar, aún existen los casetes cuando Rigoberta contó su historia en el apartamento de Elisabeth en Paris en 1982. Los he escuchado en su totalidad y hoy se encuentran a cargo del Hoover Collection de Stanford University en Palo Alto, California.
En segundo lugar, Rigoberta contó una corta versión de la misma historia un més antes de conocer a Elisabeth, en un boletín revolucionario de la época. En Noticias de Guatemala (No. 74, 16 de diciembre de 1981), Rigoberta describe cómo su padre soportó años de heroica resistencia ante “los atropellos constantes de los terratenientes”; cómo su hermano Petrocinio fue secuestrado el 9 de diciembre de 1979, torturado durante varios días, llevado luego a Chajul con otros veinte hombres para ser quemados vivos; y cómo su madre fue secuestrada, torturada durante doce días y después abandonada en “un monte cerca de la comunidad”, hasta que sus restos fueron devorados por los animales. También para Noticias de Guatemala, Rigobera anticipa la declaración clave del testimonio que narró un més más tarde en París: “Mi dolor y mi lucha es también el dolor y la lucha de todo un pueblo oprimido que lucha por su liberación”.
Otra supuesta declaración del Presidente Colom también es imposible: la idea de que su propia hermana Yolanda Colom enseño español a Rigoberta mientras las dos residían en la montaña con el Ejército Guerrillero de los Pobres. Es imposible porque, hasta mediados de 1980, Rigoberta se encontraba a cargo de las monjas de la Sagrada Familia, primero en el Colegio Belga de la capital y despúes en su internado de Chiantla. Despúes, con el apoyo de las madres, Rigoberta se refugió en México donde se juntó al hogar del obispo de Chiapas, Samuel Ruíz. Es con la diocésis de Msgr. Ruíz que Rigoberta empezó su carrera como narradora de los sufrimientos de su pueblo—en un español sencillo y elocuente que aprendió no solo de sus maestras cristianos sino también de su padre Vicente Menchú. Las únicas hijas de Vicente que pasaron tiempo en la montaña en esa época fueron las hermanas menores de Rigoberta, la Ana y la Rosa, húerfanas después de la muerte de sus padres. Por las condiciones de guerra, todos vivían bajo pseudónimo—tal vez por eso hay una confusión.
Hace quince años yo ví la necesidad de comparar el testimonio de Rigoberta con 1) las versiones de otros sobrevivientes de la violencia en Uspantán y 2) las evidencias documentales. De allí surgieron las versiones contraditorias, principalmente sobre el pérfil de su padre Vicente y de su aldea de Chimel y precisamente como éstos fueron devorados por el enfrentamiento guerrillero-ejército. A contrario de Sam Colop en La Prensa Libre (19 de enero, 2011), nunca he acusado Rigoberta de ser “fabricación.” Mi estudio de “la historia de todos los pobres guatemaltecos,” ya disponible en español gracias a Unión Editorial de Madrid, demuestra que los elementos fundamentales de Me llamó Rigoberta Menchú son verídicos. No hay la menor duda de que ella perdió varios miembros de su familia y que, si no había encontrado refugio en México, fácilmente podría haber muerto también. Por lo tanto merece el mismo respeto que merece todo guatemalteco que perdió seres queridos en la violencia.

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